viernes, 20 de junio de 2014

Memorias del Ayer

Su respiración era todo menos normal, lo noté en la forma en la que sus palabras no concordaban con sus ojos. ¡Ah sus ojos! Que maravillosa creación divina. Todo perfección. 
Hasta ese día jamás había visto ese gesto desesperado en su forma de moverse. Sus manos sudadas y temblorosas. Su manera de esquivar mis ojos al hablar. Su boca ladeada hacia la izquierda. No lo sé con seguridad pero me pareció que de su pecho se escuchaba un intermitente y apurado sonido, casi lo podía sentir. 
Al instante de sorprenderlo en medio de su trabajo inacabado se petrificó. Estaba tan inmutable que casi no notó que no me había sorprendido para nada. Es más seguramente debí ser yo quien saliera corriendo, pero sus piernas se me quisieron adelantar. Lo tomé del brazo y lo sostuve unos instantes. Coloqué su mirada frente a la mía al tiempo que me daba vuelta y recogía del suelo el cuchillo ensangrentado y se lo colocaba nuevamente entre los dedos. Rocé su mejilla suavemente y sin hablar apuñaló a la víctima, sin titubear. Creo que fue entonces cuando me enamoré perdidamente. Siempre había querido un hombre con seguridad. Y ya no me importó su profesión. 
No hubieron preguntas. Salimos tomados de las manos.
Creo que el había pensado en el momento que yo ya conocía su secreto. Lo cierto es que jamás me atreví a desmentirlo. Nunca habría podido reconocer que ese momento de revelación había sido el de más temor en toda mi vida. Pero, aunque sea de locos creerlo, ya estaba destinada a él desde el día primero. A mi entender no juzgarlo había sido mi mejor acto de amor; y creo que el también lo entendió así, porque unas semanas después nos casamos en una pequeña capilla en el desierto. 
Fuimos marido y mujer por más de cuarenta años hasta que la vejez lo consumió y su corazón dejó de latir aquella noche de otoño. Esparcí sus cenizas en el viejo cedro donde nos conocimos por primera vez. Y al ver como flotaba en un remolino de viento sentí como la vida se me escapaba en un último suspiro. 

Carolina Franco Bitancurt