sábado, 4 de julio de 2015

Guerrero

"Estaba mirando el diminuto espacio que queda entre esa estúpida línea que divide el bien del mal. Pensaba en todo lo que tenía delante. 
Un Comandante armado con oscuridad, y un niño llorando lágrimas de sal. Creía hasta ese momento que todo lo tenía claro, -ésto es bueno aquello es malo-. 
Un golpe en la nunca. Total oscuridad. 
Entre sueños pudo abrir los ojos y dejarse escapar. Vio como su cuerpo ensangrentado era metido en un pozo sin fin. Se miró en el reflejo de un charco. Sangre. Por todos lados, en sus manos. En su ropa. En el piso. Sangre. 
Corrió tanto como pudo hasta notar que no tenía piernas. Estaba flotando. Miró para atrás, su cuerpo se había olvidado. Refregándose los ojos soltó un chillido inaudible. Su cuerpo no reaccionaba. Se pateó a sí mismo, dos o tres veces. Se gritó unas cien veces y sus oídos comenzaron a sangrar. No le dolía solo lo sentía . Sentía como cada gota le recorría las mejillas. Sentía las mejillas helarse. Tocó su cuerpo. Frío. No había en el ya nada vivo. 
Se apartó un momento. Volvió a ver la línea que divide lo bueno de lo malo. Vio al Comandante de la oscuridad asomarse a sus pies. Decir unas cuantas plegarias y volarse la cabeza con una pistola de mano. Fue entonces cuando se percató del niño. De rodillas frente a los dos cuerpos. Inmóvil. Decidió acercarse. Flotó desde su posición hasta quedar frente a él. Y entonces vio entre sus manos. Sostenía una especie de flor -jamás la había visto antes-. Acercó su mano inmaterial al pequeño. Lo atravesó. El niño empezó a reír a carcajadas.
Para cuando los soldados aparecieron ya eran tres los muertos. Y un solo testigo. Que atinó a flotar hasta que algo como un destello lo cegó. 
Desde ahí ya no recuerdo, si fue un sueño o un invento. Solo sé que termine tumbado al lado de mi propio cuerpo."


Carolina Franco

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