La encontré entre la bruma, pesarosa. Obnubilados los cristalinos ojos. Lo veía todo a través de ella.
Su alma rota, sus lágrimas afiladas que mataron mi atmósfera.
Esperé en el banquito debajo de aquel árbol que habíamos plantado y cerca de donde estaría su lápida color marfil, labradas las letras en aquella calurosa tarde de aquel Abril.
Más de veinte años pasamos, fuimos vida juntos, fuimos pasión, a veces pena y casi siempre amor.
Una vez la vi, con la pesadez que tienen los muertos cuando por fin se van a descansar, y sin dudarlo ni un segundo me dijo que era tiempo de partir y se alejó, se desvaneció.
Hace poco me vi hablándole al viento como si fueran sus oídos.
¿Dónde estas mi amor?
Diez años no fueron tantos como para desterrarte de mi memoria. Y tus ojos cristal y la lápida marfil y el terror de que todo sea una pesadilla. Si me despierto y no te veo a mi lado
¿Qué me queda cariño mío?
Vengo con el sueño pesado, con el cuerpo cansado y el sudor de mi frente delata la temerosa pero eficaz fiebre.
Tan solo unos días más y olvidarás que existía, te desharás de nuestra vida. Y cada memoria borrosa se irá contigo al futuro inseguro que tu alma profesa. Y un año más, quizás dos, y a la tumba partirás y fundirás tu carne con la Madre Tierra. Y quizás en unos diez años más, y ojalá sean solo segundos, y nos volveremos a encontrar.
Dime corazón
¿del otro lado esperaras? o en vida me olvidarás y entre gusanos terminarán nuestras memorias, todas.
Carolina Franco Bitancurt
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